Jackie Rodríguez Stratta: la voz del cine que se hizo costumbre en nuestras casas

23.10.2025
Foto: Sebastián Aguilar
Foto: Sebastián Aguilar
El periodista y crítico de cine uruguayo Jackie Rodríguez Stratta falleció a los 75 años, dejando una huella profunda en la televisión y en la memoria de varias generaciones de espectadores. Más que un comentarista, fue un contador de historias que convirtió su amor por el cine en una forma de encuentro.

La sala se oscurece, aparecen los créditos y, en el silencio que antecede a la imagen, queda la sensación de que alguien nos acompaña desde la butaca vecina. Eso fue Jackie Rodríguez Stratta: una presencia cotidiana que transformó la recomendación de una película en un ritual compartido. A los 75 años, la intemperie de la rutina mediática pierde una de sus voces más cálidas y constantes. No era un crítico que buscara la polémica fácil; era, ante todo, un amante del cine convertido en traductor para el público: explicaba sin pedantería, recomendaba sin ofender y, sobre todo, disfrutaba. Su muerte deja un hueco en el periodismo cultural uruguayo y en la memoria de quienes crecimos escuchando sus reseñas.

El origen de una devoción

Nacido y criado en Montevideo, Jackie descubrió el cine en los pasillos de un viejo teatro del centro, donde su abuela lo llevaba a funciones de madrugada. Esas primeras experiencias —el olor a butaca, el silencio expectante, la pantalla que lo llenaba todo— marcaron su manera de ver el mundo. No fue un interés pasajero: el cine se convirtió en su lente.

Empezó detrás de cámaras, tocando multitud de teclas en la producción televisiva, y con el tiempo fue llegando a la pantalla y a la radio como quien entra a una casa conocida. Su recorrido profesional pasó por programas culturales, secciones de espectáculos y coberturas de festivales; cada paso consolidó a un comunicador que supo combinar información con ternura.

Un estilo que se hizo familia

Si hubiera que definir su marca, sería la cercanía. Jackie se ganó a su público con un estilo directo y amable: sin estridencias, con humor y cierta inocencia celebratoria. Tenía la paciencia de quien explica a un amigo por qué una película vale la pena ver —o por qué no— y la diplomacia de quien respeta las diferentes formas de mirar el cine.

Esa postura atrajo a un público diverso: jóvenes curiosos que buscaban orientación y espectadores mayores que encontraban en su voz una compañía fácil de reconocer. La repetición fue su mejor carta: la frase con la que cerraba muchas reseñas —esa advertencia sencilla sobre en qué salas podía verse un estreno— terminó por convertirse en un sello doméstico, casi un modo de despedida al final de su segmento.

Anécdotas y encuentros que hablaban de su pasión

A lo largo de su carrera, Jackie acumuló pequeñas historias que retratan su forma de relacionarse con el cine y con la gente que lo hace. Recordaba con orgullo y asombro el encuentro con figuras internacionales; contaba, por ejemplo, cómo se le aflojaron las piernas frente a una leyenda del cine, no por ínfulas de celebridad, sino por la emoción simple de encontrarse con alguien cuya obra había admirado años atrás.

Organizó eventos creativos en Montevideo, presentó ciclos y participó de festivales. No buscaba la anécdota por el rating: lo hacía porque esas situaciones le permitían llevar el cine a la calle, transformar un estreno en un acontecimiento comunitario. Esas intervenciones —a veces juguetonas, otras nostálgicas— decían más de su personalidad que cualquier artículo: era un hacedor de puentes entre la pantalla y la ciudad.

El crítico que no olvidaba al espectador

Más allá del glamour de algunos encuentros, Jackie mantuvo siempre una obsesión legítima: el espectador. En una época en que la crítica a menudo se encierra en círculos profesionales, él sostuvo la convicción de que el comentario cultural debía servir para alimentar el deseo de ver.

Por eso alternaba reseñas de grandes producciones con la promoción de películas locales e independientes; por eso celebraba un buen plano con el mismo entusiasmo con que recomendaba una comedia honesta. Su trabajo ayudó a formar públicos. Muchos cinéfilos recuerdan haber descubierto un director o una película gracias a una de sus notas; muchos espectadores frecuentes aceptaban sus sugerencias como un mapa para elegir noches en la cartelera.

Esa capacidad para enseñar a mirar sin moralina es, quizá, su mayor enseñanza: la crítica puede ser una forma de amistad.

Reacciones y despedidas

La noticia de su fallecimiento corrió rápido. En redes, en radios y en pasillos de televisión se multiplicaron las palabras de afecto: colegas que destacaron su profesionalismo y su ternura, directores que recordaron su honestidad, y espectadores que trajeron a la memoria episodios personales vinculados a una recomendación o a una entrevista.

No hubo, en general, estridencias ni golpes publicitarios; predominó la sensación de pérdida tranquila, de agradecimiento por un oficio bien hecho. En los medios donde trabajó, señalaron su consistencia: la misma voz que informaba con precisión también hacía lugar para la emoción.

Familiares y amigos hablaron de su generosidad: el tiempo que dedicaba a apoyar a jóvenes periodistas, la disposición para charlar con quien lo buscara y esa paciencia de quien nunca consideró que su oficio fuera superior al de nadie.

Un legado que se vive en la sala

Decir que Jackie "se dedicó al cine" es quedarse corto. Su tarea fue, sobre todo, traducir. Tradujo términos técnicos, tradujo modas, tradujo entusiasmos; convirtió la cartelera en un mapa accesible para quienes no estaban acostumbrados a perderse entre estrenos y festivales.

El cierre de su ciclo profesional no es sólo la desaparición de una voz en pantalla: es la oportunidad de reparar en la fragilidad de una forma de hacer periodismo cultural que privilegiaba la conversación y el conocimiento compartido. Ese modo, hoy escaso, es el que Jackie defendió con coherencia.

Epílogo: cuando las luces se apagan

Cuando las luces se apagan y el haz de luz corta el aire de la sala, el cine vuelve a empezar. Jackie sabía eso mejor que nadie. Por eso hablaba del séptimo arte con una mezcla de respeto y entusiasmo, consciente de que cada película, buena o mala, era una excusa para encontrarse con los demás.

Hoy, sin su voz, la cartelera parece un poco más silenciosa. Pero queda su manera de mirar, su curiosidad intacta, su alegría al hablar de cine. Queda su frase, esa que repetía al final de cada reseña como un guiño de complicidad con el público:

"Y va en varias salas."

Y sí, Jackie. Tu recuerdo también. Va en varias salas: en las de nuestra memoria, en las de la televisión uruguaya, y en cada una donde todavía alguien se sienta a mirar una película con el mismo amor con el que vos lo contabas.

Por: Kevin Martinez
Por: Kevin Martinez

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