Besozzi reelecto: tobillera, votos y el país del "y ahora quién podrá ayudarnos"

11.05.2025

En un país que se precia de su tradición democrática, los resultados de las últimas elecciones en Soriano provocan algo más que asombro: interpelan. No por lo inesperado del resultado, sino por lo que revela sobre nosotros como sociedad. La reelección de un intendente imputado, con prisión domiciliaria y tobillera electrónica, no es solo una anomalía judicial. Es una señal clara de que los límites entre lo legal, lo ético y lo tolerable se han desdibujado peligrosamente.

Guillermo Besozzi volvió a ganar. Habiendo estado imputado, con prisión domiciliaria, con tobillera electrónica… y con votos. Muchos votos. Más que suficientes para seguir gobernando Soriano como si nada hubiese pasado, como si la justicia no tuviera nada que decir, como si la ética fuera un accesorio olvidado en algún cajón del siglo pasado.

Y así estamos: un intendente procesado, escoltado no por la decencia sino por la tobillera, recibe el respaldo ciudadano como si en lugar de una causa penal tuviera una condecoración. No importó la justicia, no importó la vergüenza institucional, no importó la señal que se transmite al país entero. Ganó igual. Porque en Soriano, hoy por hoy, no rige la ética. Rige el "amigismo", la costumbre, el "por lo menos hizo algo", y ese voto ciego que prefiere lo conocido antes que lo correcto.

¿Qué mensaje estamos dando? ¿Qué valores estamos premiando? Cuando el castigo desaparece y la sanción moral es reemplazada por la complicidad afectiva, la democracia se vacía de contenido. Se convierte en una maquinaria formal donde cualquier cosa puede pasar. Incluso que un imputado con tobillera vuelva al poder sin que nadie se sonroje.

¿Y ahora quién podrá ayudarnos?, nos preguntamos, buscando un Chapulín Colorado que jamás va a llegar. Porque el problema ya no es la tobillera: es la ceguera colectiva. Es la falta de parámetros éticos. Es la desconexión entre la legalidad y la legitimidad.

¿Hacia dónde vamos, si la política ya no exige transparencia, si los partidos miran para otro lado y si la ciudadanía no distingue entre gestión y corrupción? Vamos hacia un país donde todo da igual. Donde ser decente no suma y ser imputado no resta. Donde ganar una elección limpia el prontuario y borra las preguntas incómodas.

Perdón, Chapulín. Esta vez no hay héroe que nos salve. Porque no es un problema de villanos. Es un problema de valores. Y eso, lamentablemente, no se resuelve con una parodia… sino con una sociedad que vuelva a creer en la dignidad como punto de partida.

Así están las cosas amigos y se las hemos narrado.

Esta columna no pretende atacar personas, sino alertar sobre fenómenos. Porque cuando la política deja de representar valores y se convierte en mera administración de votos, lo que está en juego no es solo una intendencia, sino el sentido profundo de la democracia. Lo que sigue es un intento de reflexión; urgente, incómoda, necesaria sobre cómo y por qué llegamos a este punto. Y, sobre todo, hacia dónde estamos yendo si no reaccionamos a tiempo.


Por: Kevin Martinez
Por: Kevin Martinez


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