Cuando me muera quiero que toquen cumbia: música, muerte y resistencia en los márgenes

15.10.2025
Foto: Alfaguara
Foto: Alfaguara
En los barrios del conurbano bonaerense, la cumbia no es solo ritmo ni fiesta: es una forma de contar la vida, el dolor y la esperanza. En Cuando me muera quiero que toquen cumbia, Cristián Alarcón transforma las historias invisibles de los márgenes en una crónica sensible y potente, donde la música acompaña incluso a la muerte. 

La cumbia como lenguaje del conurbano

En el conurbano bonaerense, entre casas de chapa, calles de tierra y pasillos estrechos, la cumbia es mucho más que música: es una forma de identidad. Son los parlantes sonando en un cumpleaños, la radio encendida en una cocina, o la melodía que acompaña un velorio. Esa presencia cotidiana y emocional es la que Cristián Alarcón retrata en Cuando me muera quiero que toquen cumbia, publicado en 2003 y convertido desde entonces en un texto esencial del periodismo narrativo latinoamericano. 

El libro surge de una observación profunda de la vida en los márgenes, donde la pobreza, la violencia y la exclusión conviven con una energía vital difícil de describir. Alarcón logra hacerlo sin caer en el morbo ni en la idealización. Su mirada es cercana, empática y a la vez rigurosa: no juzga, escucha. Su escritura convierte la crónica en un espejo donde se reflejan tanto las heridas como la belleza de esos mundos que muchas veces permanecen invisibles para el resto de la sociedad. 

Entre la muerte y la fiesta 

El título del libro, tomado de una frase popular en los velorios barriales, encierra el espíritu de toda la obra. "Cuando me muera quiero que toquen cumbia" no es una simple declaración: es una filosofía. Frente a la muerte, los personajes de Alarcón no eligen el silencio, sino la música. La cumbia aparece como una forma de despedida, de homenaje, de afirmación de la vida.
En esos velorios donde suena la música entre lágrimas y risas, el dolor se vuelve colectivo, compartido. Los parlantes retumban, las botellas pasan de mano en mano, las canciones se mezclan con la memoria. La cumbia es consuelo, pero también desafío: una manera de decir "seguimos acá", incluso cuando la pérdida parece insuperable.
Alarcón retrata esas escenas con precisión cinematográfica: la madre que llora en silencio, los amigos que improvisan un altar, el joven que muere sin haber tenido oportunidad de otra vida. La música atraviesa todo, recordando que en los márgenes la tristeza no se vive en silencio, sino al ritmo del tambor y la melodía.

Vidas al borde: humanidad sin estereotipos 

Uno de los mayores logros del libro es la forma en que muestra a sus protagonistas. No son simples "casos policiales" ni estadísticas sociales. Son personas reales, complejas, contradictorias. Jóvenes que roban para sobrevivir, madres que luchan por sus hijos, amigos que se acompañan en la pobreza y en la pérdida.
Alarcón no los romantiza ni los condena. Les da voz. A través de su escritura, entendemos que detrás de cada acto de violencia hay una historia, un contexto, una cadena de exclusiones. La marginalidad, más que un lugar físico, aparece como una condición impuesta por una sociedad que mira hacia otro lado.
En ese sentido, Cuando me muera quiero que toquen cumbia es también una reflexión sobre cómo los medios suelen narrar la vida en los barrios. Frente al sensacionalismo, Alarcón propone una mirada humana y literaria. Su periodismo tiene ritmo, pero también respeto. Observa los detalles, los silencios, las emociones que construyen el tejido invisible de la vida popular.
 

La cumbia como memoria colectiva

La música atraviesa todo el libro como un símbolo de resistencia. En los barrios donde el Estado casi no llega, la cumbia funciona como espacio de encuentro, de identidad y de celebración. Es una forma de decir "existimos", incluso cuando el resto del país prefiere no mirar.
Esa música —muchas veces despreciada por los sectores medios— se revela en el libro como una herramienta de memoria popular. Cada canción guarda una historia, cada ritmo acompaña una experiencia. La cumbia, alegre y triste al mismo tiempo, es una lengua que traduce lo que no siempre se puede decir con palabras: el amor, la pérdida, la esperanza.
Alarcón logra captar esa doble dimensión. La cumbia no solo anima las fiestas: también sostiene la vida. Es el fondo sonoro de un mundo que resiste con lo que tiene. Por eso, cuando alguien pide que suenen esas canciones en su despedida, no está hablando solo de música, sino de identidad. 

Una mirada que sigue vigente 

Veinte años después de su publicación, Cuando me muera quiero que toquen cumbia conserva una fuerza intacta. Sus temas —la pobreza estructural, la violencia urbana, la desigualdad— siguen siendo parte del presente. Pero más allá del diagnóstico social, el libro nos deja algo más profundo: una forma de mirar.
Alarcón inauguró una manera de hacer periodismo que combina investigación, sensibilidad y narrativa. Su estilo, cercano al de los grandes cronistas latinoamericanos, convirtió las historias de los márgenes en materia literaria. Demostró que el periodismo puede emocionar y que la literatura puede contar la realidad sin inventarla.
Hoy, su libro no solo se lee como testimonio, sino también como homenaje. Homenaje a los que viven y mueren en los márgenes, y a esa música que no deja de sonar aunque todo parezca perdido.

Cuando la cumbia dice lo que el dolor calla 

Cuando me muera quiero que toquen cumbia no es solo una crónica sobre la vida en los barrios pobres. Es un retrato de la humanidad en su estado más puro: frágil, intensa, contradictoria. Alarcón logra que el lector escuche, a través de las palabras, ese sonido que viene desde el fondo del conurbano y que no se apaga.
Porque allí, donde la vida se sostiene a fuerza de comunidad y música, la muerte no es un cierre definitivo. Es apenas otra ocasión para reunirnos, para recordar, para bailar aunque duela. Y mientras haya una canción sonando, habrá también una forma de seguir vivos.
 


Por: Kevin Martinez
Por: Kevin Martinez

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