Dormir no debería ser un privilegio
Cada invierno Uruguay se da cuenta –por unos días, por unas noches, por unos grados bajo cero– de que hay personas que viven en la calle. Entonces activa un operativo, habilita gimnasios, ofrece comida caliente, coordina traslados. Y después, cuando sube un poco la temperatura y baja el ruido mediático, vuelve a mirar para otro lado
Pero el frío no es el problema. O al menos no es el único. El frío es apenas un síntoma de algo mucho más profundo: una sociedad que normalizó la existencia de ciudadanos sin hogar. Que acepta como paisaje urbano a quienes duermen sobre cartones. Que encuentra lógica en que un país con 3 millones de habitantes y 2 millones de viviendas tenga miles de personas a la intemperie.
Los datos son elocuentes: más de 3.500 personas viven hoy sin techo en Uruguay. En Montevideo, el número creció un 24 % entre 2021 y 2023. Y lo más grave: la mayoría no está de paso. Muchos llevan años así, años sin techo, sin cama, sin nadie. Y cuando llega el frío, el drama se condensa. No porque antes no existiera, sino porque se hace visible. Porque molesta. Porque impacta.
Durante la reciente ola polar, el Estado respondió con rapidez y decisión. Activó alertas, habilitó refugios, ofreció atención médica y contención. Incluso permitió el ingreso con mascotas, un gesto que, aunque parezca menor, salvó vínculos y vidas. Pero no alcanza. No puede seguir siendo una política estacional. El problema no desaparece con la primavera.
Detrás de cada persona que duerme en la calle hay una historia de exclusión. No es un estereotipo. No es "el que no quiere trabajar". Es alguien que quedó fuera del sistema. Que fue abandonado por la familia, expulsado del mercado laboral, invisibilizado por el Estado. Y que, en muchos casos, no encuentra la puerta de regreso.
Las organizaciones sociales hacen lo que pueden. Acompañan, escuchan, sostienen. Pero no pueden reemplazar la acción política. Se necesita una estrategia integral: vivienda accesible, salud mental comunitaria, apoyo real a quienes salen de la cárcel, contención a quienes enfrentan adicciones. Y sobre todo, voluntad de ver lo que no se quiere ver.
Porque vivir en la calle no es una elección. Es una condena sin juicio previo. Y dormir no debería ser un privilegio.
En una sociedad que se precia de solidaria, que canta que "nadie quede atrás", que celebra su democracia, dejar a miles en la intemperie es una contradicción intolerable. No se trata de buenas intenciones ni de caridad improvisada. Se trata de justicia.
Pues así están las cosas, amigos, y se las hemos narrado.
