El café, un viaje que une al mundo

01.10.2025
Del ritual matutino al motor de revoluciones, el café atraviesa culturas y fronteras desde hace siglos. En el Día Internacional del Café, Montevideo se suma a una celebración global que recuerda no solo el aroma y el sabor de la bebida, sino también las historias, desigualdades y encuentros que caben en una taza.

I. Un aroma que despierta memorias

Montevideo amaneció húmeda, como suelen ser las primaveras en el sur. Pero aquel primero de octubre algo distinto flotaba en el aire. No eran los jazmines ni los plátanos florecidos: era el perfume a café recién molido que escapaba por las puertas entreabiertas de los bares de la Ciudad Vieja.

El golpeteo metálico de las cafeteras se mezclaba con conversaciones apuradas, teclados que sonaban desde las oficinas y el sonido constante de tazas apoyadas contra mármol. Para muchos, ese gesto repetido de llevar la taza a los labios es rutina; para otros, un pequeño ritual.

No se trataba de una fecha cualquiera: era el Día Internacional del Café, una celebración que cruza fronteras y culturas. Más que un homenaje a una bebida, es el recordatorio de un hábito compartido que acompaña la vida cotidiana de millones de personas y que, al mismo tiempo, guarda en su historia episodios de política, arte y revolución.

El café ha sido testigo de primeras citas y de madrugadas de estudio. Ha presenciado discusiones encendidas y ha sostenido soledades discretas. En cada sorbo, por rutinario que parezca, hay algo de compañía.

II. Un viaje desde Etiopía hasta el mundo

La leyenda del pastor etíope Kaldi, aquel que notó el efecto estimulante del fruto cuando sus cabras lo comieron, sigue siendo un mito de origen. Lo cierto es que desde las tierras altas de Etiopía, el café inició en el siglo XV un camino que lo llevó al mundo árabe. Allí fue bebida sagrada para sostener largas noches de rezo y, a la vez, la excusa perfecta para reuniones en bazares y caravasares.

Con el Imperio otomano, el café llegó a Estambul. Los primeros cafés públicos se convirtieron en espacios de poesía, juego y política. No pasó mucho hasta que, en el siglo XVII, Europa recibió aquellos granos oscuros. Londres, Viena y París transformaron el café en símbolo de modernidad: en las cafeterías se debatieron ideas ilustradas, nacieron diarios y se gestaron movimientos que después cambiarían gobiernos.

América conoció pronto el grano. Primero fueron las colonias del Caribe; después, Brasil y Colombia hicieron del café su sello de identidad. Uruguay, aunque sin tierras aptas para su cultivo, incorporó la costumbre desde el puerto de Montevideo. En el siglo XX, los cafés céntricos fueron escenario de conspiraciones sindicales, tertulias literarias y largas discusiones políticas que moldearon parte de la cultura urbana.

III. Montevideo y su mapa cafetero

Hoy, el café vive un renacimiento en la capital. Los bares históricos, con su peso de tradición, conviven con una nueva generación de cafeterías de especialidad.

El Café Brasilero, inaugurado en 1877, conserva su aire bohemio. Allí Onetti buscó refugio y Galeano escribió páginas que aún laten en su memoria. Cruzando algunas calles, La Farmacia rescata un tiempo detenido: frascos de vidrio, balanzas antiguas y una barra luminosa que transporta a otro Montevideo.

Pero la ciudad no se detuvo en la nostalgia. La llamada "tercera ola" del café también llegó con fuerza. En espacios como Culto Café, Seis Montes, The Lab Coffee Roasters o Café Gourmand, los baristas explican orígenes, perfiles de sabor y técnicas de extracción. Allí una taza no es solo un combustible para la jornada: es una experiencia. V60, aeropress o prensa francesa se convirtieron en parte del vocabulario cotidiano de un público que busca algo más que cafeína.

Este cambio refleja una tendencia mundial: los consumidores quieren historias detrás de la taza. Historias de productores, de fincas familiares, de prácticas sostenibles y de comercio justo. El café ya no se mide solo por su intensidad, sino también por el relato que lo acompaña.

IV. El café como fenómeno social y económico

Pocas bebidas han alcanzado un peso semejante. El café es el segundo producto más comercializado del planeta después del petróleo. Se calcula que más de 25 millones de familias en setenta países dependen directamente de su cultivo.

Colombia, Brasil, Vietnam y Etiopía lideran la producción. Sin embargo, la realidad es desigual: mientras en Europa o Estados Unidos una taza puede venderse a precios elevados, el productor suele recibir apenas unos centavos.

Por eso el Día Internacional del Café no es solo una celebración. También busca dar visibilidad a quienes lo hacen posible: campesinos, cooperativas y comunidades enteras que dependen del grano. Iniciativas de comercio justo y proyectos de sostenibilidad intentan equilibrar la balanza, aunque todavía queda mucho camino por recorrer.

El café es, en ese sentido, un espejo de la globalización: une continentes, revela inequidades y ofrece, al mismo tiempo, oportunidades de integración cultural y económica.

V. Los mejores cafés del mundo: una cartografía de aromas

Hablar del café también es hablar de territorios y sabores. Algunos granos alcanzaron estatus de mito:

• Etiopía – Yirgacheffe: Floral, cítrico y con acidez brillante. Para muchos, el origen de todos los orígenes.

• Colombia – Supremo: Equilibrado, con aroma a caramelo y cuerpo redondo. Un clásico exportado a todos los continentes.

• Jamaica – Blue Mountain: Suave, sin amargor y de precio elevado, símbolo de lujo y exclusividad.

• Brasil – Bourbon Santos: De cuerpo medio y dulzor achocolatado, representa la potencia del mayor productor mundial.

• Hawai – Kona: Nacido en suelos volcánicos, con notas a nuez y especias, es único y limitado en volumen.

• Panamá – Geisha: La joya de las subastas internacionales, con notas florales y frutales intensas. El café más caro del planeta.

Cada origen ofrece una experiencia sensorial distinta, tan variada como los vinos o los whiskies. Esa diversidad explica la fascinación universal que despierta el café.

VI. Una bebida, muchos significados

Beber café nunca es un acto neutro. Puede ser rutina o excusa, compañía o refugio. Una pausa en medio del trabajo, un punto de partida para una charla íntima o el final de una larga caminata. Para algunos, combustible. Para otros, un arte.

Detrás de cada taza hay siglos de historia, millones de manos y una cultura que se renueva día a día. En Viena, Bogotá o Montevideo, la experiencia de sentarse frente a una taza humeante sigue siendo universal: detenerse, compartir, pensar.

VII. Epílogo: lo que queda en el fondo de la taza

La tarde avanza en Montevideo y los cafés se llenan otra vez. Oficinistas, estudiantes y turistas se cruzan en mesas de mármol o madera. En cada sorbo hay algo que reconforta, algo que despierta.

Quizás el café enseña justamente eso: que lo simple también puede ser trascendente. No es solo una bebida. Es un puente entre generaciones y culturas, entre lo cotidiano y lo extraordinario.

Y en este 1º de octubre, en el fondo de cada taza, queda la certeza de que celebramos algo más que un sabor: celebramos una forma de estar en el mundo.

Por: Kevin Martinez
Por: Kevin Martinez

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