Fiscalidad y violencia: dos síntomas de un mismo país
Mientras Uruguay llora la muerte de un policía y sigue contando homicidios, en el Parlamento se plantea un debate fiscal que incomoda. No es oportunismo: es una pregunta de fondo.
En Uruguay, proponer un impuesto al 1 % más rico todavía incomoda. Pero eso es lo que plantea el proyecto del senador Gustavo González: gravar patrimonios mayores a 200 millones de pesos, unos 10 000 contribuyentes, para financiar políticas sociales sin afectar a la clase media ni a los pequeños empresarios. "No es un castigo al éxito, es una invitación a la solidaridad fiscal", explicó.
No se trata de una medida vigente, ni siquiera de algo con respaldo político inmediato. Es, en esencia, una provocación saludable: poner sobre la mesa quién paga más, quién paga menos y cómo se construye justicia desde lo fiscal.
Mientras ese debate se instalaba en los medios, en las calles ocurría lo irreversible. El viernes 11 de julio, el sargento Joel Rodríguez, de 35 años, negociador de la Guardia Republicana, recibió un disparo en la cabeza durante una rapiña en Punta Gorda. Murió al día siguiente. Ese mismo fin de semana, un joven fue asesinado dentro de su auto en Verdisol. Días antes, en Salto, un hombre de 79 años apareció muerto en su casa con signos de violencia. Y en San Carlos, un joven fue acribillado a la salida de un baile.
Cuatro historias. Cuatro vidas. Ninguna estadística alcanza.
La palabra "solidaridad" sonó más en velorios que en despachos. Mientras algunos discutían justicia fiscal, otros reclamaban justicia penal. Mientras unos hablaban de redistribución, otros enterraban a sus muertos. El ministro del Interior, Carlos Negro, prometió que el crimen del sargento "no quedará impune". Las redes estallaron. El país estaba en otra cosa.
Y sin embargo, tal vez no. Tal vez hablar de impuestos y hablar de balas no sea hablar de mundos distintos, sino de la misma raíz: un Estado exigido, con recursos limitados, intentando atender demasiadas urgencias a la vez.
La desigualdad no es solo un gráfico del Banco Mundial. Es un patrullero que llega tarde. Es una familia encerrada por miedo. Es un millonario que tributa poco. Es un policía que muere por un celular. Es el cansancio de un país partido.
González no prometió resolver la inseguridad. Prometió algo más incómodo: repensar cómo se reparte la carga. Y aunque su proyecto no pasará mañana ni pasado, dejó una pregunta abierta: ¿cómo se construye paz social si la balanza fiscal está torcida?
No hubo aplausos en el Senado. Afuera, tampoco. Solo sirenas. Comentarios cruzados. Y un país donde algunos deben pagar con la vida, mientras otros podrían, tal vez, pagar un poco más.
Pues así están las cosas, amigos, y se las hemos narrado.
