Mujica; El hombre que fue mensaje.

14.05.2025

En tiempos en que la política se desdibuja entre slogans vacíos, liderazgos de cartón y promesas que duran lo que un titular, esta nota propone detenerse. Respirar. Recordar. Porque hay figuras que no se explican, se sienten. José "Pepe" Mujica fue una de ellas. No por lo que tuvo, sino por lo que resignó. No por lo que prometió, sino por cómo vivió. Esta columna no busca beatificarlo, sino leer su paso por la historia con los ojos de quienes supieron ver en él algo más que un exmandatario: una brújula moral en una región muchas veces perdida en su laberinto de contradicciones. Lo que sigue no es un obituario. Es una despedida con memoria. Un intento de atrapar, aunque sea por un momento, el eco de un hombre que eligió ser mensaje antes que monumento.

Por estos días, Uruguay despide a uno de sus hijos más singulares. José "Pepe" Mujica no fue solo un expresidente. Fue una figura que desbordó las fronteras de la política para instalarse en el imaginario colectivo como un símbolo de otra forma de vivir y de gobernar. Lo suyo fue, ante todo, una coherencia brutal y desarmante.

En un mundo donde los líderes compiten por cifras, trajes y titulares, Mujica se convirtió en referente global por lo contrario: por rechazar el boato, por su vida austera, por decir que "el que no es libre para gastar menos, no es libre", por negarse a hipotecar sus principios en nombre del poder. Su humildad no era impostura; era convicción.

Podría decirse que su vida fue una parábola política. De guerrillero a presidente. De clandestino a jefe de Estado. De preso político aislado en una celda, a orador frente a la ONU. Y sin embargo, nunca dejó de ser "el Pepe". Nunca se alejó del habla llana, de las manos curtidas por la tierra, del mate en la mano y la palabra sencilla.

A diferencia de otros líderes que construyen desde el ego, Mujica edificó desde la renuncia. Renunció al odio, incluso después de años de cárcel. Renunció a enriquecerse con la política, cuando podía haberlo hecho. Renunció a perpetuarse, cuando otros se aferran a los cargos. Esa ética, rara y potente, es la que hoy lo eleva por encima de las etiquetas ideológicas.

No se trata de mitificar. Mujica no fue infalible. Su gobierno tuvo errores, decisiones discutidas, omisiones. Pero sí supo algo que muchos olvidan: que gobernar también es educar, que cada acto público es un mensaje, que el ejemplo arrastra más que los discursos. En eso, fue implacable.

Pepe fue una figura incómoda para los dogmas. Hablaba con empresarios y con militantes, con el mismo tono. A veces era demasiado libre para la izquierda, y demasiado sencillo para la derecha. No buscó agradar. Buscó decir lo que pensaba. Y en eso, fue profundamente democrático.

Hoy se va un hombre. Pero queda su huella. En las chacras, en las aulas, en los barrios, en las redacciones, en los campos de flores. Queda su idea: que se puede vivir mejor con menos. Que se puede gobernar con ética. Que se puede disentir sin odiar. Que el poder, sin humildad, es apenas vanidad.

Mujica no fue una figura decorativa del progresismo regional. Fue su conciencia. Y como toda conciencia, a veces molesta. Pero siempre hace falta. Más en estos tiempos donde la política se tiñe de cinismo.

Hoy, América Latina pierde una voz. Pero gana un legado. El de un hombre que no quiso ser estatua, sino semilla.

Y como él diría: que la muerte nos encuentre vivos. Y sobre todo, humanos.

Pues así están las cosas, amigos, y se las hemos narrado.

Por: Kevin Martinez
Por: Kevin Martinez


Comunicate con nuestro equipo.
@elporquédelascosasuy@gmail.com

Creado con Webnode
¡Crea tu página web gratis!