Pelicot: una mujer y su historia.

Hay historias que no se escriben con tinta, sino con cicatrices. Hay relatos que duelen contarlos, pero aún más ignorarlos. El caso de Gisele Pelicot, una mujer francesa de 72 años, jubilada, madre, abuela, es una de esas historias que nos obligan, como sociedad y como periodistas, a no mirar hacia otro lado.
Durante años, Gisele creyó vivir una vida tranquila junto a su esposo, Dominique Pelicot, en una casa en las montañas de Aviñón. Compartían décadas de matrimonio, tres hijos y una rutina serena. Hasta que un interrogatorio policial reveló lo impensable: su esposo no era el hombre atento que ella describía, sino el principal responsable de una maquinaria sistemática de abuso, violación y cosificación absoluta.
Las pruebas eran irrefutables. Videos, fotos, registros digitales. Durante al menos ocho años, más de cincuenta hombres fueron invitados por Dominique a violar a su esposa drogada, sin que ella supiera. El dormitorio matrimonial, aquel lugar de intimidad y refugio, fue convertido en escena de crímenes continuados. Una traición que va más allá de lo imaginable.
El juicio, que comenzó el 2 de septiembre y culminó el 19 de diciembre, condenó a los 51 hombres involucrados, con penas de hasta 20 años de prisión. Dominique Pelicot recibió la pena máxima. Pero las cicatrices, las físicas y las invisibles, seguirán acompañando a Gisele por el resto de sus días.
Francia, y con ella el mundo, reaccionó. La frase "Merci, Gisele" comenzó a verse en calles, pancartas y redes. Porque Gisele, al enfrentar el horror y dar testimonio, se convirtió sin quererlo en símbolo de miles de mujeres cuyos silencios han sido históricamente negados, ninguneados o desoídos.
Este caso nos enfrenta a una incomodidad profunda. Nos obliga a cuestionar no solo a los perpetradores directos, sino también a las estructuras que normalizan el silencio, que descreen de la víctima, que toleran lo intolerable. Y por sobre todo, nos recuerda la urgencia de cambiar el eje de la vergüenza.
Porque no es la víctima quien debe esconderse. No es ella quien debe explicar. La vergüenza debe cambiar de bando, como bien se gritó en las calles de Francia: "Que ninguna víctima sienta que lo mejor es callar."
Gisele Pelicot no eligió ser un emblema. Solo quería vivir su vejez en paz. Hoy, el periodismo tiene el deber de acompañar su lucha, amplificar su voz y no dejar que esta historia quede archivada en una página más del espanto.
Hoy, escribimos para que el horror no se repita.
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Ilustración: Sergio Martinez - @lamanchapastel - Instagram