Ser uruguayo, pero no tanto: identidad en trámite

03.08.2025
El gobierno uruguayo retrocedió en su intento de modernizar el pasaporte, tras las advertencias de países europeos que no aceptaban el nuevo formato sin "lugar de nacimiento". Pero lo que parece una corrección técnica encierra un debate más profundo: ¿a quién le creemos cuando decimos que alguien es ciudadano? ¿Y quién decide qué vale más: el derecho o la procedencia?

I. La patria en papel

Uruguay quiso hacer lo correcto. O eso intentó. El 16 de abril de 2025, el Ministerio del Interior estrenó un nuevo formato de pasaporte: más alineado a los estándares internacionales, menos discriminatorio con los ciudadanos legalizados, más "moderno", como suele decirse cada vez que se eliminan campos que antes eran innegociables. Entre ellos, el "lugar de nacimiento".

El documento también dejaba de señalar explícitamente la nacionalidad extranjera de origen, y la sustituía por un código único: "URY". Simple, práctico, limpio.

Pero en menos de tres meses, la iniciativa se derrumbó. Alemania, Francia y Japón dijeron que no aceptarían pasaportes sin el lugar de nacimiento para trámites de estadía prolongada. Uruguay, entonces, retrocedió. Desde el 1° de agosto, volvió el formato viejo. Y con él, la pregunta de siempre: ¿quién tiene derecho a definir qué es un ciudadano?


II. Una modernidad que duró lo que dura un "no moleste"

Lo notable no es solo el cambio, sino su velocidad. Años de debates sobre identidad, ciudadanía, integración. Y todo se resuelve con un correo diplomático desde Berlín o París. La discusión de fondo —ética, política y jurídica— queda reducida a un problema de formato aceptado por ventanilla.

Porque, al fin y al cabo, no es que el nuevo pasaporte fuera inválido. De hecho, la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI) respalda la omisión del lugar de nacimiento. Muchos países ya lo hacen. Pero no importa. Si los países con poder dicen que no les gusta, entonces hay que corregir. Uruguay no puede permitirse un ciudadano varado en Frankfurt.

Y eso que el nuevo diseño buscaba un gesto simbólico: reconocer a los nacionalizados como plenos. Porque hay miles de personas que nacieron fuera del país, pero que hace décadas viven, tributan, crían hijos y votan en Uruguay. El formato antiguo los seguía marcando. El nuevo intentaba borrar esa marca. Pero no: la "madre patria" (la literal y la simbólica) volvió al documento.


III. ¿Ciudadano o visitante?

Lo más incómodo de esta marcha atrás no es la medida, sino lo que deja al descubierto. La idea de ciudadanía —ese vínculo entre una persona y un Estado— parece estar condicionada por otras burocracias ajenas. Uruguay reconoce a alguien como uruguayo, pero Francia quiere saber si nació en Haití. ¿Y quién manda entonces?

Este retroceso también reinstala una diferencia de origen que, en la práctica, tiene efectos. Un uruguayo nacido en otro país deberá seguir presentando explicaciones, aclaraciones o documentos adicionales. La igualdad formal ante el Estado no garantiza la igualdad ante los demás Estados. Así, el "lugar de nacimiento" se convierte no solo en dato, sino en marca de sospecha.

Y el Estado uruguayo, en lugar de defender su concepto de ciudadanía, lo ajusta a la mirada de afuera. Se impone el criterio del embajador, del consulado, del sistema migratorio europeo. Uruguay cede. Una vez más.


IV. La tentación del orden, el miedo al conflicto

Hay algo profundamente latinoamericano en esta historia: la búsqueda de validación externa. No molestemos, no rompamos las reglas. Mejor retroceder antes de que nos digan que hicimos las cosas mal. La diplomacia, por encima del derecho interno. La seguridad jurídica, por encima de la dignidad.

La decisión de dar marcha atrás fue política, aunque se presente como técnica. No hubo escándalo, solo un llamado de atención internacional. Pero fue suficiente. La oposición aprovechó para acusar de "vergüenza internacional". El oficialismo intentó explicar que solo se trataba de "adecuaciones operativas". Y en el medio, miles de personas que vuelven a ser menos uruguayas que otras, aunque su documento diga lo contrario.


V. Conclusión: el derecho a ser de acá

Este episodio no es solo una anécdota de pasaportes. Es una radiografía de cómo los Estados gestionan hoy la tensión entre identidad, legalidad y geopolítica. Uruguay quiso avanzar en inclusión y soberanía documental. Pero el mundo dijo "todavía no". Y obedecimos.

En un mundo donde la migración y la nacionalidad son cada vez más fluidas, seguir pidiendo "el lugar de nacimiento" parece un gesto melancólico: una forma de volver a cuando todo era más fácil, más claro, más divisible. Pero el presente no se divide tan fácil. Ser ciudadano es más que nacer en un punto del mapa.

El nuevo pasaporte uruguayo, por un breve instante, intentó decir eso. Y fracasó. No por su diseño, sino por lo que representa. El derecho a ser plenamente de acá. Incluso si no naciste acá.

Pues asi estan las cosas,amigos, y se las hemos narrado.

Por: Kevin Martinez
Por: Kevin Martinez

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