Vargas Llosa escrito por un joven de 23 años. Perdón!

25.04.2025

Para un joven de 23 años, hablar de Mario Vargas Llosa puede parecer, en principio, una rareza. No está de moda en redes, no es trending topic, no protagoniza las ficciones de Netflix ni aparece en los playlists de Spotify. Pero déjenme contarles, desde mi mirada, por qué sigue siendo imposible ignorarlo.

Si alguna vez te atrapó la literatura, aunque sea de reojo, sabés que hay autores que no solo escriben libros, sino que escriben una parte de la historia. Vargas Llosa es uno de esos. Nacido en Arequipa en 1936, su trayectoria es tan larga como intensa, y su escritura logró convertir en literatura las obsesiones, contradicciones, costumbres y dramas de América Latina durante la segunda mitad del siglo XX. Convirtió en relato lo que a muchos les cuesta siquiera nombrar: la identidad, la represión, la lucha por la libertad.

Fue un militante, sí. No de partido, sino de ideas. Escribió con el mismo coraje con el que opinó, polemizó, se equivocó y también acertó. Y si bien es cierto que con los años su pensamiento se alejó de los ideales de izquierda que abrazó en su juventud, nunca dejó de poner la libertad como núcleo de su obra. Esa palabra "libertad" atraviesa sus novelas, sus ensayos y sus intervenciones públicas como una brújula ineludible.

Entendió, como pocos, que las dictaduras que marcaron a fuego a América Latina no solo destrozaron vidas, sino que también dejaron heridas culturales y políticas profundas, difíciles de cerrar. Para él, esas desviaciones autoritarias de la democracia fueron más que errores históricos: fueron el "mal absoluto", el enemigo al que había que desnudar una y otra vez.

Y ahí está lo más interesante: sus personajes, sus tramas, sus obsesiones narrativas, no fueron ajenas a eso. En cada novela, Vargas Llosa hizo una especie de autopsia del poder. Desde Conversación en "La Catedral" hasta "La Fiesta del Chivo", se propuso algo más ambicioso que retratar una época: quiso interpelarla, corregirla, desafiarla. Para él, la novela era una forma de ajustar cuentas con la realidad y con los demonios personales. Y en ese punto, el escritor y el político se funden.

Desde donde estoy, no tengo todas las respuestas. Pero sé que leer a Vargas Llosa es aceptar el desafío de pensar más allá del molde. Y eso, en estos tiempos de simplificaciones, de certezas cómodas y de cancelaciones exprés, vale más que nunca. Porque no se trata de coincidir en todo con él, sino de entender que hay escritores que nos incomodan para que dejemos de ser espectadores pasivos de nuestra propia historia.

Y a los 23 años, créanme, eso también es literatura.


Creditos de Imagen: Casa de la literatura Peruana.


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